Desde que hice saber que iba a impulsar el Tapeo, hubo personas queridas que se sintieron alarmadas, y hasta quizá apenadas.
Eso no es para ti, decía mi querido padre, que veía en el oficio de tabernero un estigma de servilismo. Eso no es para ti, decían en mi casa, esa manía te alejará de tu profesión. Y así en múltiples ocasiones. Recientemente ha sido un antiguo amigo, de profesión abogado, el Dr. D.C., quien con gran cautela me ha hecho llegar su reparo: “esa actividad es demasiado pequeña para tu cabeza”, me ha dicho cariñosamente.
Tanta coincidencia me ha hecho reflexionar sobre las jerarquías de los oficios, y sobre los modos de formación de los prestigios, asuntos ambos resbalosos como pocos.
El ejercicio del poder, y llegado el caso, del poder absoluto, parece estar tautológicamente en la cumbre de las jerarquías. Aunque el prestigio de ese rol es algo ambivalente, ya que los poderosos suelen ser tan envidiados como temidos, y a menudo se les atribuyen personalidades psicopáticas, orladas de codicia y de crueldad.
El prestigio de los místicos se contrapesa con la considerable distancia que el resto de la gente mantiene con sus prácticas.
Es casi imposible encontrar profesiones con prestigio universal. Los abogados son mirados con piedad por los filósofos, y los filósofos por los hombres prácticos. Los contadores, que conservan cierto estatus, sobre todo en provincias, son desdeñados por los economistas, y éstos, por los políticos. Los médicos son vistos como meros técnicos mecanicistas por parte de los biólogos, y estos últimos no aprueban el examen de los teólogos. Los profesores universitarios son despreciados por los sabios, y también por los empresarios. Los empresarios suelen ser mal vistos por los artistas. Y así indefinidamente.
En uno de sus textos, el filósofo checo Karel Kosik se preguntaba por qué parecía existir cierta jerarquía de la teoría por sobre otras dimensiones de los aparatos para pensar. Esto por cuanto existen teorías sobre todo: teorías del arte, teorías de la técnica, y por cierto, teorías sobre las teorías.
Esta aparente supremacía de la teoría, deviene de una relación con la realidad, regida por un abordaje preponderantemente intelectual. Muchas voces han alertado sobre este sesgo. El gran maestro Claude Levy Strauss, recientemente fallecido, ha hecho notar en un artículo escrito no hace mucho, que el trabajo manual, el contacto físico del hombre con la materia, con propósito de utilizarla o transformarla, genera un modo especial de conocimiento del mundo, un tipo de conocimiento que es patrimonio exclusivo de quienes experimentan ese tipo de prácticas.
Continuará (en la segunda parte, trataré la problematización específica del oficio de tabernero)
Eso no es para ti, decía mi querido padre, que veía en el oficio de tabernero un estigma de servilismo. Eso no es para ti, decían en mi casa, esa manía te alejará de tu profesión. Y así en múltiples ocasiones. Recientemente ha sido un antiguo amigo, de profesión abogado, el Dr. D.C., quien con gran cautela me ha hecho llegar su reparo: “esa actividad es demasiado pequeña para tu cabeza”, me ha dicho cariñosamente.
Tanta coincidencia me ha hecho reflexionar sobre las jerarquías de los oficios, y sobre los modos de formación de los prestigios, asuntos ambos resbalosos como pocos.
El ejercicio del poder, y llegado el caso, del poder absoluto, parece estar tautológicamente en la cumbre de las jerarquías. Aunque el prestigio de ese rol es algo ambivalente, ya que los poderosos suelen ser tan envidiados como temidos, y a menudo se les atribuyen personalidades psicopáticas, orladas de codicia y de crueldad.
El prestigio de los místicos se contrapesa con la considerable distancia que el resto de la gente mantiene con sus prácticas.
Es casi imposible encontrar profesiones con prestigio universal. Los abogados son mirados con piedad por los filósofos, y los filósofos por los hombres prácticos. Los contadores, que conservan cierto estatus, sobre todo en provincias, son desdeñados por los economistas, y éstos, por los políticos. Los médicos son vistos como meros técnicos mecanicistas por parte de los biólogos, y estos últimos no aprueban el examen de los teólogos. Los profesores universitarios son despreciados por los sabios, y también por los empresarios. Los empresarios suelen ser mal vistos por los artistas. Y así indefinidamente.
En uno de sus textos, el filósofo checo Karel Kosik se preguntaba por qué parecía existir cierta jerarquía de la teoría por sobre otras dimensiones de los aparatos para pensar. Esto por cuanto existen teorías sobre todo: teorías del arte, teorías de la técnica, y por cierto, teorías sobre las teorías.
Esta aparente supremacía de la teoría, deviene de una relación con la realidad, regida por un abordaje preponderantemente intelectual. Muchas voces han alertado sobre este sesgo. El gran maestro Claude Levy Strauss, recientemente fallecido, ha hecho notar en un artículo escrito no hace mucho, que el trabajo manual, el contacto físico del hombre con la materia, con propósito de utilizarla o transformarla, genera un modo especial de conocimiento del mundo, un tipo de conocimiento que es patrimonio exclusivo de quienes experimentan ese tipo de prácticas.
Continuará (en la segunda parte, trataré la problematización específica del oficio de tabernero)
Me parece muy buena tu reflexión acerca del prestigio social de las profesiones, de la importancia de tener el valor para hacer lo que realmente quieres.
ResponderEliminarEl filòsofo Protágoras decía: "El hombre es la medida de las cosas"