El circo.
¿Cuánto tiempo más habrá circo? Así con animales y pista de arena, este es el único que queda, se jacta en un momento de la noche el conductor, animador, domador de leones y hombre todo terreno en las destrezas de la carpa. El dueño del circo. Tercera generación en el ramo. Uno imagina al hombre creciendo en ese ambiente, la vida en el carromato.
El mono es exótico, dice. Por eso nos permiten tenerlo en cautiverio. Es un mono del Brasil, si fuera de la Argentina, no se podría. Se lo ve un hombre agobiado, él intenta mantener una tradición de siglos y ve que se le escurre entre los dedos. Basta dar una ojeada a la platea, un puñado de familias con niños, apenas una décima parte de las localidades disponibles. Las circunstancias adversas son variadas, algunas extrañas, el hombre del circo las percibe arbitrarias, sumamente injustas. En un mundo que es un valle de crueldades y miserias, la gente del circo ha sido demonizada por los protectores de animales. Así son los conflictos en su infinita multiplicidad, hay causas que prosperan más que otras, los motivos son intrincados, casi siempre incomprensibles a primera vista. Nosotros cuidamos a los animales, los amamos, aclara una y otra vez el dueño del circo. Pide al público que observe el brillo de los pelajes, el saludable estado general de los ejemplares.
La función ha comenzado con cuatro jovencitas con ropas mínimas bailando reggaetón. Luego sabremos que ese arranque contiene un sutil dejo irónico. Ahora hay mucho musical bajo las carpas, pero el verdadero circo tiene que tener animales, acrobacias, payasos.
Es una velada larguísima, parece que fuera improvisada. Se van sucediendo los números con una conexión algo desmañada entre uno y otro. Los artistas (varios de los acróbatas están sorprendentemente entrados en carnes) lucen circunspectos, muestran sus destrezas casi mecánicamente. Se dan pequeñas lagunas de silencio, algunos saltos bruscos en la música. El conductor intercala intervenciones en las cuales va destilando frases melancólicas. Si hay rabia contenida, casi nunca llega a aflorar. De pronto se anuncia un intervalo. Este intermedio se estira, uno se pregunta si el espectáculo va a continuar o si será suspendido sin más trámite.
Se pueden presumir los problemas económicos, la incertidumbre sobre el futuro. Sobre todo, el terrible peso de lo que este hombre ha asumido como mandato: tercera generación al frente del circo, la titánica responsabilidad de mantener vivo un oficio en extinción. Nos explicará en un momento, casi al final, que las jovencitas son sus hijas.
Seiscientos pesos nos cobraron aquí cerca por la vaca, se queja de pronto. Entre los tigres y los leones, en un par de días no hay más vaca. Es mentira que alimentamos a nuestros animales con perros y gatos, completa con amargura, simplemente ellos no los aceptan como comida. Es un momento de quiebre en la noche. El señor que nos vendió la vaca, tuvo el atrevimiento de pedirnos entradas de favor. Dos camionetas flamantes vimos que tenía, y bien costosa fue la vaca. Nosotros pagamos la vaca, él tiene que pagar las entradas.
Después de este exabrupto, el clima pareció aflojarse. El conductor recobró entusiasmo. Mantuvo el tono intimista, pero ahora en clave más amistosa. Siguió brindando explicaciones sobre el oficio. Rememoró algunas anécdotas lejanas, de mejores tiempos. Un oso de su circo, en un programa de televisión… Preguntó al público, nadie lo había visto, o al menos nadie recordaba.
Ha pasado muchísimo tiempo cuando se anuncia el final del espectáculo. El dueño del circo presenta emocionado a su pintoresca troupe: están sus cuatro hijas, y una decena de personas más, entre equilibristas, payasos y auxiliares.
Esta carpa viajera… mañana se va a otra parte. Yo como espectador les digo, créanme, ha sido un gran show.
¿Cuánto tiempo más habrá circo? Así con animales y pista de arena, este es el único que queda, se jacta en un momento de la noche el conductor, animador, domador de leones y hombre todo terreno en las destrezas de la carpa. El dueño del circo. Tercera generación en el ramo. Uno imagina al hombre creciendo en ese ambiente, la vida en el carromato.
El mono es exótico, dice. Por eso nos permiten tenerlo en cautiverio. Es un mono del Brasil, si fuera de la Argentina, no se podría. Se lo ve un hombre agobiado, él intenta mantener una tradición de siglos y ve que se le escurre entre los dedos. Basta dar una ojeada a la platea, un puñado de familias con niños, apenas una décima parte de las localidades disponibles. Las circunstancias adversas son variadas, algunas extrañas, el hombre del circo las percibe arbitrarias, sumamente injustas. En un mundo que es un valle de crueldades y miserias, la gente del circo ha sido demonizada por los protectores de animales. Así son los conflictos en su infinita multiplicidad, hay causas que prosperan más que otras, los motivos son intrincados, casi siempre incomprensibles a primera vista. Nosotros cuidamos a los animales, los amamos, aclara una y otra vez el dueño del circo. Pide al público que observe el brillo de los pelajes, el saludable estado general de los ejemplares.
La función ha comenzado con cuatro jovencitas con ropas mínimas bailando reggaetón. Luego sabremos que ese arranque contiene un sutil dejo irónico. Ahora hay mucho musical bajo las carpas, pero el verdadero circo tiene que tener animales, acrobacias, payasos.
Es una velada larguísima, parece que fuera improvisada. Se van sucediendo los números con una conexión algo desmañada entre uno y otro. Los artistas (varios de los acróbatas están sorprendentemente entrados en carnes) lucen circunspectos, muestran sus destrezas casi mecánicamente. Se dan pequeñas lagunas de silencio, algunos saltos bruscos en la música. El conductor intercala intervenciones en las cuales va destilando frases melancólicas. Si hay rabia contenida, casi nunca llega a aflorar. De pronto se anuncia un intervalo. Este intermedio se estira, uno se pregunta si el espectáculo va a continuar o si será suspendido sin más trámite.
Se pueden presumir los problemas económicos, la incertidumbre sobre el futuro. Sobre todo, el terrible peso de lo que este hombre ha asumido como mandato: tercera generación al frente del circo, la titánica responsabilidad de mantener vivo un oficio en extinción. Nos explicará en un momento, casi al final, que las jovencitas son sus hijas.
Seiscientos pesos nos cobraron aquí cerca por la vaca, se queja de pronto. Entre los tigres y los leones, en un par de días no hay más vaca. Es mentira que alimentamos a nuestros animales con perros y gatos, completa con amargura, simplemente ellos no los aceptan como comida. Es un momento de quiebre en la noche. El señor que nos vendió la vaca, tuvo el atrevimiento de pedirnos entradas de favor. Dos camionetas flamantes vimos que tenía, y bien costosa fue la vaca. Nosotros pagamos la vaca, él tiene que pagar las entradas.
Después de este exabrupto, el clima pareció aflojarse. El conductor recobró entusiasmo. Mantuvo el tono intimista, pero ahora en clave más amistosa. Siguió brindando explicaciones sobre el oficio. Rememoró algunas anécdotas lejanas, de mejores tiempos. Un oso de su circo, en un programa de televisión… Preguntó al público, nadie lo había visto, o al menos nadie recordaba.
Ha pasado muchísimo tiempo cuando se anuncia el final del espectáculo. El dueño del circo presenta emocionado a su pintoresca troupe: están sus cuatro hijas, y una decena de personas más, entre equilibristas, payasos y auxiliares.
Esta carpa viajera… mañana se va a otra parte. Yo como espectador les digo, créanme, ha sido un gran show.
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