Es larga la tradición de ejercicios espirituales en el mundo occidental, y mayor aún la de tecnologías de la interioridad en Oriente.
La estancia en bar, como recurso de vitalización anímica, si el sitio es el adecuado funciona por el mero principio de la inmersión, su principal requisito es estar ahí.
Los profesantes inmersos (usualmente llamados parroquianos), benefician su alma por el efecto de dos metabolismos. Uno, individual, derivado del contacto de los sentidos con múltiples estímulos, el de los aromas y sabores en primer lugar. Con una progresiva transformación de las percepciones a medida que alcoholes, azúcares y sales operan sus misteriosos procesos químicos en la sangre y en las neuronas del parroquiano.
Y un metabolismo colectivo, que surge espontáneamente de la presencia común en un mismo recinto ceremonial (en esto el bar sería la obvia analogía del templo).
De modo comparable a lo que sucede en algunas industrias, el flujo de las energías se desata a partir de cierta masa crítica, que podemos estimar en un factor de ocupación mínimo en un rango del 20 a 30 % de la capacidad total instalada.
La elección común de un mismo lugar y momento para estancia-en-bar provoca de por sí una grata sensación de familiaridad con los desconocidos de las otras mesas.
Bajo la luz tenue y coloreada el intercambio visual es el más caudaloso. Con frecuencia el parroquiano se ve interpelado por el relumbrón de una mirada inquieta y misteriosamente expresiva. Los colores hacen al juego; las tonalidades de las ropas, y más aún la variedad cromática de las cabelleras, sobre todo las femeninas que son las que tienen más posibilidades expresivas.
Pasado cierto nivel promedio de alcohol en sangre de la concurrencia (digamos mejor que… promediando la noche), las lenguas se han aflojado, las risas se han hecho más estentóreas y se habla en voz más alta. Algunas frases o palabras sueltas llegan nítidas como flechazos de unas mesas a otras.
Hay sensación de encuentro, potenciada además por la música, el tiempo se ha detenido, y los ánimos se inundan de… ¡alegría! Es la alquimia del metabolismo individual con el colectivo.
El bar es un barco que navega a toda marcha el océano de la noche.
(Atención, hay ocasiones en que la estancia en bar puede traer melancolía)
lunes, 12 de octubre de 2009
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